Llega Los Juegos del Hambre, la adaptación del primer volumen de la exitosa saga literaria de Suzane Collins. Un producto efectivo y efectista hecho por y para el consumo de un público juvenil que abraza hasta convertir en referentes a los protagonistas de estas franquicias que saltan del papel a la pantalla.
La fábula futurista con la que Colins reventó las listas de ventas y que ahora llena los cines de medio planeta nos lleva hasta un mundo gobernado por el Capitolio, una élite que controla todo y a todos y que cada 365 días funde el espíritu del Circo Romano de antaño y del Gran Hermano actual en Los juegos del hambre.
Un bárbaro -pero a la vez estéticamente muy cuidado- espectáculo cuya misión no solo es entretener y apasionar a la masa, sino también recordarle que nunca más debe revelarse contra el poder establecido como hizo, sin éxito, hace ya casi ocho décadas.
Una lucha a muerte televisada en directo para millones de personas que se nutre de los tributos que cada uno de los doce distritos de Panem -lo que antaño fue Estados Unidos- están obligados a entregar al Capitolio. Veinticuatro jóvenes, un chico y una chica por distrito, se enfrentan ante las cámaras que les graban día y noche hasta que solo quede uno vivo.
Nuestra protagonista es uno de esos tributos: Katniss Everdeen, una joven que concurre a los juegos como voluntaria para evitar que compita su hermana menor. Una heroína seca, pragmática y nada ñoña a la que da vida Jennifer Lawrence.
UN FAN DE JENNIFER LAWRENCE
En este punto hago un ejercicio de sinceridad y confieso mi debilidad por Lawrence. Una joven que ya destacó en Lejos de la tierra quemada, cautivó en Winters Bone, enamoró en Like Crazy y captó casi toda la atención en X-Men Primera generación (con permiso del enorme Magneto de Michael Fassbender).
Filias personales al margen, ella encarna de forma más que correcta a un personaje que será capaz de desafiar al poder establecido en un tenso tira y afloja con quienes controlan a su antojo las reglas de los juegos.
Hay drama familiar, hay amor (incipiente y fingido), hay tensión y mucha violencia. Ingredientes suficientes para que las casi dos horas y media de película pasen sin mucho tedio, aunque tampoco sin excesiva emoción teniendo en cuenta que estamos hablando una cacería humana protagonizada por niños y adolescentes.
LOS JUEGOS DEL HAMBRE vs. CREPÚSCULO
Por la naturaleza del fenómeno y la histeria desatada, las comparaciones con la saga Crepúsculo son tan inevitables como evidente es la derrota de los enamoradizos vampiros y licántropos neumáticos creados por Stephenie Meyer.
Cierto es que la de Gary Ross no es ni mucho menos la mejor película que se podía haber filmado con esos mimbres -historia, presupuesto y reparto-. Un poco más de tino y personalidad en las escenas de acción y cierta profundidad en algunos de los personajes no hubiera estado de más. Y es evidente que si nos ha pillado ya algo mayores y no estamos "en el rollo" se puede quedar bastante coja en algunos de sus tramos.
Pero no menos cierto es que, aunque irregular, Los Juegos del Hambre supone un digno producto de entretenimiento que incluso puede llegar a esbozar alguna idea que deje cierto poso susceptible de reflexión en el (se presume que juvenil) respetable. Únicamente con que el uno por ciento de sus millones de espectadores se acerque a obras como 1984 o Un mundo feliz ya habrá hecho más por el futuro de nuestros congéneres que Pattinson, Stewart y cía.
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