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sábado, 21 de abril de 2012

Los juegos del hambre, juego de niños

Pocas voces podrían haber pronosticado las mareantes cifras con las que Los juegos del hambre ha reventado la taquilla norteamericana. A día de hoy, convertida ya en la película no secuela con mayor recaudación en su primer fin de semana, y a punto de entrar en el selecto grupo de las 20 películas más exitosas de todos los tiempos en los EE.UU.

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Logros obtenidos en apenas un mes de recorrido, el que separa el estreno en USA al desembarco en nuestras carteleras mañana viernes.


Los juegos del hambre supone la adaptación de la primera entrega de una trilogía de bestsellers firmados por Suzanne Collins. Dirigida por Gary Ross (Pleasentville), quien además firma el guión junto a Billy Ray y la propia Collins, esta primera toma de contacto se edifica sobre una sencilla base argumental: en un futuro distópico (no piensen ni en K. Dick ni en G. Ballard), en el territorio que una vez ocupó América del Norte, se levanta Panem, compuesto de doce distritos y un centro neurálgico, el Capitolio.

Una vez al año se organizan Los juegos del hambre, un espectáculo televisado en el que 24 concursantes de los diferentes distritos deben enfrentarse a muerte hasta que solo quede uno en vida. Los participantes son chicos y chicas de las regiones castigadas por el imperio, que en su niñez o adolescencia, son elegidos al azar.

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En el distrito 12, Katniss (Jennifer Lawrence) se verá obligada a presentarse como voluntaria para salvar la vida de su hermana pequeña, a quien el sorteo le depara mala fortuna. De este modo, la jóven heroína de esta historia parte hacía los Juegos del hambre con la promesa de reunirse de nuevo con su madre y hermana.

Probablemente a los amantes del cine oriental, las líneas de arriba les parecerá una revisión descarada de la japonesa Battle Royale. A la que habría que sumarle el Perseguido que protagonizó Arnold Schwarzenegger en 1987 basado en un relato de Stephen King. Un autor del que también afloran rasgos identificables de su apasionante La larga mancha.

Cúmulo de referencias que se expande mucho más allá, y que como muchas obras de nuestro tiempo no pestañea ni un instante para mezclar un poco de aquí y otro tanto de allá con el que crear un patchwork que sobre la mesa resulta inconcebible, pero que en pantalla es más digerible de lo esperable.

A nivel estético y conceptual se dibujan guiños evidentes al universo Orwelliano (sus ecos resuenan con insistencia en cualquier película futurista, y solo hay que pasar el control de seguridad de cualquier aeropuerto londinense para entender el porqué), pero también se percibe la sombra alargada de una interminable lista de películas encauzadas en el género Sci-fi: los policías son un híbrido de los bomberos de Fahrenheit 451 y la estética que George Lucas plasmó en THX 1138, hay también signos evidentes de El quinto elemento en el diseño y en el estrafalario, e hiriente, maquillaje y peluquería.

Evidentemente, como cinta que presenta un futuro agrisado por las manos dictatoriales que reprimen a los sectores desfavorecidos, se nota el influjo de V de Vendetta o Equilibrium (por citar a algunos), y por el carácter circense greco-romano se aprecia la huella del Rollerball de Norman Jewinson.

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Pero el campo de visión de Gary Ross no se reduce al campo cinematográfico, sabe también reutilizar para su universo fílmico imágenes colectivas que han marcado el transcurso de la historia universal. Como son esas chimeneas simbolizando la caída de las Torres Gemelas, o toda la ambientación y los decorados del Distrito 12 que remiten a las atroces imágenes de los campos de exterminio nazis. O incluso dándole plasticidad mediante referencias más cercanas como las formas de la arquitectura de Frank O. Gehry, o todo el proceso virtual con el que crean a su antojo el terreno de juego de ese “Gran Hermano mortal”, que parece regulado por los mismos mecanismos que utilizan los videojuegos de estrategia, tipo R.U.S.E.

Todo este material, y el que se escapa al background limitado de este servidor, es el utilizado por Ross para vestir con prendas fastuosas una premisa argumental que no destaca por su originalidad. Con todo ello logra levantar un producto abierto al gran público, y específicamente, al adolescente sediento de adscribirse a nueva saga triunfal, aborrecido ya de tantos magos y vampiros.

El pusilánime, y excesivamente elogiado por Pleasentville, Gary Ross sale dignamente de la encrucijada con una obra que puede funcionar a distintos niveles: tanto como puro entretenimiento para reventar los surtidores de palomitas, como el que da algún aliciente extra al público adulto que se acerca a ella, buscando algo de contenido en el subtexto.

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Un contenido… el de las desigualdades económicas y sociales, el rol opresor/ oprimido, la crítica social a los mass media, la banalización del espectáculo, muy manido por artefactos audiovisuales de todas las latitudes, polos y medios, y que si me apuran, su presentación resulta en esta ocasión naif, expuesta en un plano muy próximo a la superficie más visible. Pero como mínimo se agradece que haya el intento de cierto apunte social, de cierta crítica y reflejo indisimulado a nuestros tiempos en su trasfondo.

Las insuficiencias en la cinta de Ross surgen en el tramo donde se le supone desbordamiento y sequedad de retinas. La acción, especialmente en el acto en el que se desarrollan los juegos del hambre, entra en ciertas fases de descompresión, que terminan por afectar el ritmo de manera pronunciada. Resulta aplaudible la decisión de no teñir con efectos especiales cada plano de la película, pero hubiera sido mucho más gratificante justificar su ausencia con una tensión, canalizada a través de la acción, que lanzará a los personajes a situaciones prietas, crudas y frenéticas, en las que por un instante (aunque solo fuera uno), hicieran dudar al espectador sobre el destino de los personajes y el desarrollo de la trama.

Es quizás esa falta de garra, de gotas de violencia (parecen excesivamente preocupados en que el MPAA les otorgué una G), de acción diseñada con pulso que sirva para agarrar al espectador, de giros dramáticos inesperados (no la sucesión inverosímil con el que se carga al filme en su último tramo), lo que provoca una bajada de ritmo, y por lo tanto, de interés considerable.

Algo a lo que también influye un diseño de personajes dócil y plano, en el que más allá de su protagonista, interpretada con solvencia por Jennifer Lawrence, poco o nada en el destino de los personajes dentro del juego o fuera de él resulta destacable. Los guionistas no dedican más de un folio en explorar a los secundarios, y eso se nota en la indiferencia que provocan los personajes que interpretan Donald Shuterland, Lenny Kravitz, Stanley Tucci, Elisabeth Banks, Wes Bentley, o incluso, un Woody Harrelson, del que se otorgan más pistas, pero ni con esas.

Viendo la forma fugaz con la que se ha convertido en fenómeno cinematográfico del año (de esperar que repita su éxito en España), no quedan dudas de la capacidad de Hollywood para agujerear los bolsillos de los adolescentes de medio planeta, incluso en época de vacas flacas. Con los Juegos del hambre han probado de llevar a cabo un intento más loable, y puede que con ello, abarquen un rango de público más amplio.

Como entretenimiento a algunos les merecerá la visita al cine, como filme de género no debería pasar el recuerdo de los dos años, bueno, dejémoslo en cinco, porque en verano ya empieza el rodaje de “Catching Fire (En llamas)”, la segunda parte de la saga, de la que Ross se ha desvinculado. Y es más, me apostaría medio hígado que en este mismo instante Suzanne se encuentra negociando, Tom Collins en mano, un nuevo contrato millonario por el que seguir machacando con sus fantasías futuristas. Tiempo al tiempo.

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