
Un fenómeno que, a menor pero muy respetable escala, está reproduciendo la película y que asegura el futuro rodaje de las dos restantes entregas. Está claro que el director Gary Ross, autor de Pleasentville y Seabiscuit, ha efectuado su mejor trabajo hasta ahora, y con mucho el más ambicioso, y ha conectado de lleno con un amplio sector de público joven, el que más se ha movilizado con los textos y con la cinta. Este «thriller» futurista realmente inquietante convoca al espectador a un tortuoso itinerario que conduce por los senderos de la supervivencia y del amor.
Aunque el argumento no es en su aspecto global una novedad, insistiendo en ese amenazador mañana en el que el ser humano se convierte en cobaya de unas cadenas de televisión que tratan de elevar los índices de audiencia al precio que sea, transformando la muerte en un espectáculo, se aborda aquí desde una perspectiva distinta y singular.
No es todo lo sugestivo que debiera, pero tampoco se malogra la ocasión y el fondo dramático se sostiene en pie. Nos mete de lleno en una sociedad dictatorial, en el seno de un país llamado Panem, en el que unos pocos privilegiados viven en el lujo y en la abundancia en tanto que el pueblo sufre todo tipo de carencias y de privaciones. Una división casi medieval que determina, además, que temporalmente se organice un evento, los llamados «Juegos del hambre».
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