Esa literatura juvenil que tanto tirón está teniendo entre los más jóvenes se justifica en grandes producciones de cine, la mayoría de las veces fallidas. La culpa del fallo se debe no solo a una mala adaptación, sino a un material de base que no suele ser gran cosa.
Quien crea que estamos ante un movimiento que puede ser considerado literatura basura no anda desencaminado, pero ya se sabe, no le podemos pedir peras al olmo ni limones al naranjo, a fin de cuentas son libros cuya única (y suficiente) finalidad es la de entretener a un público que quiere consumir un producto alejado de cualquier parafernalia intelectualoide.
Bueno, vayamos al grano. La maquinaria de Hollywood no quiere que se rompa la ola a la que se ha subido y, ante el ocaso de Harry Potters y vampiros adolescentes, se ha sacado de la manga una nueva saga, esta Los Juegos del hambre.
A decir verdad, en esta primera entrega recién salida de la manga hollywoodense, hay mucho más cine que en cualquiera de las adaptaciones cinematográficas de las recientes sagas literarias estrella. La película se justifica en una idea con mucha más enjundia que la que puede haber en las sagas de Harry Potter o la de los vampiros adolescentes.
Hay aquí una historia mucho más amoldable para los diferentes tipos de espectadores. Suzanne Collins, su creadora, nos traslada a un mundo que aúna de una forma bastante correcta los libros de aventuras infantiles con las obras de ciencia ficción de carácter más distópico. Una combinación que también funciona en la gran pantalla.
Los juegos del hambre puede parecer solo un divertimento juvenil, un producto que no está llamada a trascender, pero a mi me huele que esta primera película se convertirá en un clásico de la sci-fi juvenil.
Tiempo al tiempo.
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