Bueno: ese reinado empieza a correr riesgo con el estreno de Los juegos del hambre, versión fílmica de otro suceso comercial multi millonario entre los pre graduados, el primer libro de la saga rompe récords creada por Suzanne Collins.
La asociación con Crepúsculo es inevitable: Los juegos del hambre hizo el mismo recorrido desde el fervoroso recibimiento de los lectores jóvenes hasta la superproducción romántica en el cine, y en ambos casos hay por detrás una heroína adolescente de lógica pasivo-agresiva. Es cierto, la Katniss Everdeen de Los juegos del hambre se muestra mucho más en acción que Bella Swan, la conflictuada y un poco sosa protagonista de la saga vampírica.
En alguna medida, Katniss parece una versión tuneada de Bella, con más coraje y menos delirio amoroso (al menos hasta Sinsajo, la tercera entrega), aunque con una motivación menos clara. Bella sabe todo el tiempo lo que quiere y sería capaz de dejar todo por Edward, Katniss está más bien hambrienta de venganza.
¿De qué la van Los juegos del hambre? En un futuro no muy distante y después de varios desastres, un gobierno decadente y autoritario llamado El Capitolio, ejerce su poder sobre 12 distritos. De jodones que son, los del Capitolio obligan a que cada uno de esos distritos envíen, como tributo, a dos de sus niños a una competición anual televisada, un reality show llamado “Los juegos del hambre”. Allí, los 24 competidores deberán pelear hasta la muerte. Gana el que sobrevive, claro.
Y cuando la pequeña hermana de Katniss es elegida como uno de los tributos del distrito 12, ella se ofrece para reemplazarla. ¿Qué pasa? Acostumbrada a cazar en el bosque para alimentar a su familia, Katniss está mejor preparada para la competencia.
Por supuesto, quienes hayan leído ambas sagas habrán advertido que Collins tiene una cultura literaria mucho más rica que la de Stephenie Meyer: Los juegos del hambre está llena de referencias a la literatura clásica griega y romana (desde el mito del Minotauro, obvio inspirador de la obra, hasta los nombres de los habitantes de los distritos, varios de ellos romanos). También, otro caso de posible superación artística de Los juegos del hambre por encima de Crepúsculo es su visión crítica sobre el poder y la violencia que el poder ejerce.
“–¿Quieres decir que no matarás a nadie? –le pregunto.
–No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como todos los demás. No puedo rendirme sin luchar. Pero desearía poder encontrar una forma de... de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos.
–Es que no eres más que eso, ninguno lo somos. Así funcionan los juegos.
–Vale, pero, dentro de ese esquema, tú sigues siendo tú y yo sigo siendo yo –insiste–. ¿No lo ves?
Un poco. Aunque..., sin ánimo de ofender, ¿a quién le importa, Peeta?”.
“Y tiene razón: si quiero mantener vivo a Peeta debo darle a la audiencia algo más por lo que preocuparse. Los amantes trágicos desesperados por volver juntos a casa..., dos corazones latiendo al ritmo de uno..., romance”.
Fans globales
Los juegos del hambre llega al cine con una parafernalia digna de una superproducción: la película dirigida por Gary Ross tuvo su premiere en Londres, con gran parte del elenco (Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson Liam Hemsworth, Woody Harrelson, Elizabeth Banks y Lenny Kravitz).
Llega al cine, también, con una expectativa enorme, generada por los récords de venta de los libros (más de 10 millones de copias vendidas, sólo en Estados Unidos) y por la conformación de grupos de fans alrededor del mundo.
Esos jóvenes leen Los juegos del hambre no como un libro de ciencia ficción sino como un modo de expresión del mundo en el que realmente viven: de acuerdo a los tiempos críticos en Europa y Estados Unidos, ¿qué tan “distópica” es la idea de un gobierno totalitario, qué tan alejada de la realidad es la idea de una juventud a merced de las locuras de los poderosos?
Lo cierto es que la masa respondió con fervor: los números de Los juegos del hambre son abrumadores y la expectativa por la película es globalmente compartida.
Ahora queda esperar hasta el jueves para develar si todo eso valió la pena.
Un relato en serio
Por Cristina Aizpeolea
Desde la primera página, quien tuvo entre manos alguno de los millones de ejemplares que vendió Los juegos del hambre, seguramente imaginó que la historia iba a terminar en la pantalla grande. Es que el relato de Suzanne Collins tiene la eficacia de un golpe seco a la mandíbula y, entre imágenes y personajes, arrolla al lector hasta volverlo un adicto al próximo capítulo.
Por alguna razón (marketing) se lo difundió como un nuevo título de la literatura juvenil, aquella que hizo circular millones de dólares con la saga de Harry Potter, las fantasías de Narnia o los sexy-vamp de Crepúsculo.
Así, en medio de una tensión que no afloja, entre personajes que uno quisiera llevarse a su casa para servirles una merienda con tostadas y mermelada (¡todos adoramos a Katniss!), aparece una lúcida mirada sobre la televisión canalla de estos días, un retrato del poder que usa los peores recursos para seguir sometiendo y un recorte vergonzoso de una sociedad hecha trizas.
En el primer libro de la trilogía, los chicos tienen que volverse adultos a la fuerza, como aquellos náufragos de El Señor de las moscas (William Golding). Hay algo de tragedia griega en estos “Tributos” que entrega cada pueblo para que se enfrenten a muerte.
Y si hay ganas de seguir comparando, en Los juegos del hambre aparecen las pinceladas de apocalipsis de los cuentos de Jack London o ese Gran Hermano siempre vigilante de 1984, de George Orwell.
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